Uno de Enero

>> viernes, 2 de enero de 2009

La claridad era ya lo suficientemente molesta como para seguir resistiéndose a sus efectos. Intenta agarrar ese trozo de sábana que le llega hasta el pecho y subirlo hasta ponerlo por encima de su cabeza en reclamo de un poco más de tiempo de sueño, pero algo se lo impide, y al intentar cubrirse con el brazo izquierdo, el mismo cuerpo frustra su intento.


Molesta, emite un gruñido, rindiéndose ante la llegada de un nuevo despertar sin oponer resistencia, aunque sí dedicándole un buen puñado de insultos a todo aquello que ha contribuido a ello.


- Deja de golpearme, ¿quieres?


La inesperada intervención de esa voz masculina junto a ella arranca completamente el sueño de su cuerpo, y abriendo los ojos, alerta, apoya los brazos sobre el colchón y se alza hasta mirar a ese hombre con el que comparte cama. Una cama que desconoce. O que ya no recordaba.


- Tú.- exhala, denotando su sorpresa en un gesto casi de espanto.


- Yo.- afirma él, llevándose la mano al costado desnudo, donde ella le había golpeado por dos veces.


- ¿Qué…?


- ¿…hago aquí?- termina él, incorporándose sobre la cama en lo que dibuja una de esas sonrisas que años atrás convertían sus piernas en mantequilla, una sensación que recuerda a la perfección al notar como su cuerpo tiembla inesperadamente, turbada ante su sola presencia.- Aunque la pregunta exacta sería qué haces tú aquí: éste es mi apartamento.- apunta, señalando con un gesto con la mano la habitación en la que se encuentran.


Ella la observa con atención, detalle a detalle, y de inmediato comprende por qué la cama le resultaba familiar. Había pasado tantas noches en ella, con él… En aquellos años en los que aun lo amaba, tanto que días enteros entre sábanas no podían manifestar ni de cerca cuán inmenso era lo que ellos sentían el uno por el otro, hasta un punto que dolía más allá del dolor real, del sufrimiento. Uno que sólo es superado por aquel que quiebra algo tan maravilloso. El dolor de una despedida.


Ella aparta la vista del mueble donde antes había una fotografía suya, ahora por completo vacío, y clava los ojos en él, con mirada escéptica.


- Entonces, ¿qué hago yo aquí?- pregunta, aunque realmente no fuera necesaria una respuesta.


- Pues… Ya sabes.- se encoge de hombros, sin darle importancia.- Fin de año. Reencuentros inesperados. Exceso de alcohol, mucho coqueteo por tu parte…


- Venga ya.- suelta ella, sentándose también hasta que sus ojos quedan casi a la misma altura, asegurándose de que la sábana lo hace con ella.- Yo no coquetería contigo.


- ¿No?- él se inclina un poco hacia ella, entrando en una distancia más íntima de la que puede haber entre dos personas que estas desnudas en una misma cama, y sonríe con picardía en cuanto ella se echa un poco hacia atrás, en actitud prudente.- Tal vez no puedas olvidar los viejos tiempos.


- Ya.- le pone la mano en la cara y lo aparta de ella en lo que ríe.- ¿Y ahora qué?


Él mira hacia la ventana, observando el día que se presenta a través del cristal.


- Te invitaría a chocolate con churros, pero no tengo chocolate, y paso de vestirme para ir a por churros.


Ella vuelve a reír.


- Típico de ti.- se arrastra sobre la cama hasta llegar al borde.- Entonces, supongo que es el momento de marcharme.


- Um.- nota apenas un segundo sus manos sobre sus hombros, para luego hallarse tumbada sobre la cama con él encima, su sonrisa pícara más radiante que nunca.- ¿No te apetece quedarte… por los viejos tiempos?


Acaricia el interior de su brazo, y por un instante, ella se deja llevar por la sensación que eso le produce. Tan suave, deliciosa y sugerente…


Se muerde el interior del labio, para que él no note sus esfuerzos por contenerse.


- No.- dice después.- Si lo hiciera, esta vez lo recordaría.


- De eso se trata.- sonríe él, besando el lugar donde antes sus manos dejaban pasear sus dedos.


Una piel tan cálida… Un imán para la falta de cordura y la ebullición de los más salvajes instintos.
Y él no quiere resistirse.


- No.- vuelve a decir ella, con más autoridad en la voz, una voluntad rebuscada en los más profundo de su ser para resistirse a su influencia.- Ya he empezado el año contigo. Creo que basta.



- Tú siempre complicándolo todo…- resopla él, dejándose caer sobre su brazo, aburrido.


- ¿Acaso sabes lo que dolió entonces?- le espeta ella de repente.


- ¿A mí me lo dices?- larga él, irónico, volviendo a levantar la mirada.


La mira como si se concentrara sólo en odiarla, pero no puedes más que sentirse enfadado por el cambio tan brusco y complicado que le había dado a la situación. ¿Qué tenía de malo el que se lo pasaran bien un rato? ¿Era acaso por miedo a que dejara… ciertas secuelas?


Ella, sin necesidad de que volviera a ocurrir nada, nota ya como algo insoportable se adueña de ella al momento de negarse, en una espiral de fuertes deseos irracionales y el contradictorio llamamiento a la cordura de un corazón desesperado y roto en el tiempo. No quiere irse, pero tampoco quedarse. Porque quedarse implica demasiadas cosas. Complicaciones.


- Será mejor que te vayas.- decide él, hablando con voz ronca, compungido por la expresión de ella.- Hemos acabado el año juntos; no quieras empezarlo a mi lado.


Pero, ¿y si en realidad sí quisiera? ¿Y si él tenía razón, y sólo lo estaba complicando una vez más?


Se levanta y empieza a recoger la ropa que queda desperdigada por toda la habitación, y se viste en riguroso silencio.


Él se deja caer boca abajo sobre la cama, ahogando su respiración contra la almohada, ocultando su mirada indiscreta de ella, puesta en su espalda.


- Qué tontería.- suelta ella, sin más, en una carcajada para nada sentida.- Pedí un deseo al Año Nuevo, ¿sabes?- musita ella en lo que sube la cremallera en el costado de su vestido.- Sé que suena absurdo, pero lo hice.- sin necesidad de sentarse, se calza los zapatos. Cuando consigue equilibrarse de nuevo, prosigue-: Y ese fue… el poder conocer a un hombre al que quisiera tanto como te quise a ti, porque echaba de menos el sentirme así, y necesitaba olvidarlo a base de un cariño similar o mejor.- baja la mirada y sonríe con tristeza.- Es pronto para decirlo, lo sé… pero en el fondo empiezo a pensar que ese lugar esté reservado únicamente para ti, y que por eso he acabado aquí, cuando el alcohol había roto los muros de razón que custodiaban mi corazón.- abre la puerta de la habitación, dispuesta a marcharse.


- Pero estamos serenos ahora.- dice él.


- Sí.- asiente ella.- Feliz Año.

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Raro, lo sé. Y muy inconexo. Pero verídico.

1 huellas:

C!! 3 de enero de 2009, 12:52  

¿Qué se puede decir cuando tú ya lo has dicho todo?

Besos

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