La Alpujarra

>> jueves, 11 de diciembre de 2008

No hay dolor de barriga ni sueño atrasado interrumpido a las cinco de la mañana que pueda detenerme. Y sino, que se lo digan a la valiente que se fue ayer de excursión a la Alpujarra con una pequeña mochila a la espalda, con alma incluida dentro, considerablemente vaga como para hacer el esfuerzo de caminar por sí sola.
La valiente soy yo, por si no quedó claro.

Y es que ayer me fui de excursión con mi clase de Sociales a conocer ese rincón perdido de la sierra donde hay más perros extraviados y extranjeros de estilismo imposible por metro cuadrado que granainos de pura cepa.
Pero nosotros no fuimos hasta allí para ver gente, que para eso basta que salga de vez en cuando de la cueva que tengo por cuarto, sino para poner en manifiesto lo que llevamos dando en clase desde hace algunas semanas, o eso dicen.


La primera parada la hicimos junto al Barranco del Salado, con vistas al pueblo de Lanjarón, el cual se encuentra a media ladera del Cerro de la Bordaila, junto al río Lanjarón y con vistas al pico que le da nombre.
Lanjarón es hoy día un pueblo puramente turístico, una actividad que se vio acredentada cuando, al amparo de la explotación económica de su balneario, se comenzaron a instalar gran número de hoteles para acoger a los numerosos visitantes atraídos por su clima excepcional, por la belleza de sus parajes y por las cualidades medicinales de sus aguas -que olía y sabía a hierro... o, como se suele decir, era como chupar un candado. Pero eso que lo diga quién lo haya hecho-.

Al lado del pueblo, en una colina aislada, podíamos ver las ruinas de lo que aun se conserva de un castillo construido por los moros para defensa de estas tierras: el castillo de Lanjarón. En la actualidad sólo quedan algunos muñones de lo que fuera la antigua fortaleza, que ahora se desmorona poco a poco, pero que fue defendido bravamente del ataque del Rey Fernando el Católico en el año 1500. Por añadidura, decir que en este ataque murieron 300 musulmanes junto con su heorico capitán llamado El Negro, quien se arrojó desde una de las almenas para morir dignamente y evitar con ello el ser humillado por la derrota.


La segunda parada la hicimos en el Barranco del río Poqueira y los pueblos alpujarreños que hay tras penetrar en el valle. La huella musulmana está presente en cada uno de estos pueblos, sobretodo en la construcción de sus viviendas, lo cual no es de extrañar ya que fueron los moros quienes se asentaron en estas tierras y la convirtieron en una tierra de floreciente actividad mercantil.

También se puede notar la huella romana en la construcción de algunos puentes y calzadas -de los cuales se conservan muy pocos-, presente sobretodo en Bubión, "tierras de bueyes". Aquí, en este pueblo, las calles son estrechas y empinadas; las casas bajas y blancas con techos planos -herencia bereber-. Su iglesia de S. Sebastián es del siglo XVI, y está considerada como conjunto histórico-artístico.

Antes de seguir con la caminata tocó una paradita para renovar fuerzas, y qué mejor manera de hacerlo que con una comida típica de la zona: plato alpujarreño.


Tiene buena pinta, ¿eh? Pues eso, con una buena dosis de pan y natillas caseras = gloria.


¡Y seguimos!

Tercera parada: Pórtugos.

Pórtugos es un pueblo situado a 1300 m de altura, entre el Barranco Vermejo y el Barranco del Tesoro, cuyo núcleo urbano se remonta a la época del Imperio Romano.

Cerca de este pueblo se encuentra Fuente Agria que, como su nombre ya indica, el agua está para no beberla, por muy medicinal que sea -aunque para aguas asquerosas, las de Karlovy Vary (R. Checa), pero eso ya es otra historia...- La razón del sabor de este agua se debe al dióxido de carbono y a los óxidos de hierro que continene, además de sulfato de magnesio, cal, hidrato de magnesio y sílice -vamos, a beber todos-.

Entre Pórtugos y Pitres ascendimos por una vereda que llevaba a Capilerilla, un pueblo que se encuentra a más de 1400 m -los cuales esos 100 m que lo alejan de Pórtugos se encontraban en la pedazo cuesta en la que nos dejamos el culo-. En él apenas hay 15 casas con 25 habitantes estables, lo que indica lo pequeño que era. Se puede ver lo que queda de un antiguo templo visigótico, custodiado por un perro la mar de mono, y pueden observarse también las formas constructivas más tradicionales y auténticas de esta comarca.

Y aquí concluyó la jornada y, por tanto, mi redacción chungo-turística respecto a ello.



Mi amigo el gato alpujarreño y yo nos despedimos.

¡Hasta la próxima!

6 huellas:

Ekhi 11 de diciembre de 2008, 11:12  

¿Le hiciste algo al gato? Lo digo porque, o bien estaba a punto de echarse un siestorro o estaba pensando el lanzarse encima tuyo xD menuda miradita que se gasta el felino...
Bonitas vistas las de tu caminata ;) ¡Yo también quiero verlo!

Necesito vacances...

Lur 11 de diciembre de 2008, 11:23  

No le hice nada. Es más, me acerqué para acariciarlo y se dejó, mansamente. Más mono...
Yo creo que estaba recién levantao, síp xD

Iria 11 de diciembre de 2008, 11:48  

El gato esta con el modo siesta on. Reconocería esa cara en cualquier parte (me miro al espejo... si, ahí está! jajaja)

Me mola la excursión, nunca he estado en la alpujarra pero con tantos barrancos y agua que sabe a rayos seguramente acabaría muerta XD soy muy de eso yo.

Besos Lu!

Lur 11 de diciembre de 2008, 12:51  

Yo hacía ya muchos años que no me pegaba una excursión de esas condiciones, pero aun estoy en forma, y aunque no lo estuviera, merece mucho la pena xD

Eso sí, acabas muerto.

Ekhi 11 de diciembre de 2008, 14:38  

Ya sabes lo que te voy a decir pequeña langosta, hay que dejar constancia por escrito así que...:
¡Has sido seleccionada para hacer un MeMe! Toma un clinex para las lágrimas de la emoción del momento.
Cualquier duda date un garbeo por mi chungo blog

alpujarra magazine 18 de diciembre de 2008, 10:07  

Pues a mi me pareció una buena redacción de esa excursión.
Otro dia te animo a que hagas otra excursión completamente por senderos y si puede ser algún barranco. Y si quieres puedes publicarla también en Alpujarra Magazine
Saludos

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