No es guay, es un idiota

>> jueves, 29 de octubre de 2009

Esto es algo que escribí hace algún tiempecillo sin tener una idea muy clara de lo que hacía. Me pasa mucho, eso de hacer cosas sin tener nada más que una situación.. Existe un trasfondo, una historia detrás de ese momento en el que estoy escribiendo; pero ni siquiera yo sé cuál és, todavía. Demosle una oportunidad, oportunidad de salir del word... Oportunidad de odiar :

----------------------------------------------------------------------------------------
Un simple golpe con el índice y la ceniza se desprendió del cigarro. Durante un instante se mantuvo roja, ardiente, como un último latido. Después quedó gris para siempre.

Apoyé la barbilla contra mi mano y luego me volví hacia la ventana que había junto a la mesa. La vista del edificio de enfrente no era precisamente reconfortante, pero no le estaba prestando mucha atención. Desde allí apenas se alcanzaba a ver el cielo, pero hacía tiempo que me había acostumbrado a aceptar toda posibilidad de lluvia.

“Si no te gusta el tiempo, espera sólo cinco minutos”, solían decir los ingleses respecto al clima propio de allí. Cuánta razón…

Aunque hacía ya bastante tiempo… que no había parado de llover.

- Deberías ir a verla.

Un parpadeo, y al volver a abrir los párpados mis ojos estaban puestos en él.

Se hacía extraño tenerlo allí, otra vez, después de tanto tiempo habiendo rechazado esa posibilidad. Era aún más extraño verlo sólo en pantalones, recuerdo de lo que había pasado la noche anterior. Su mano se apoyaba sobre una lata de cerveza, el primer aperitivo de esa mañana que había comenzado para ambos a las tres de la tarde.

Con la mesa entre nosotros, separándonos apenas medio metro de madera, me miraba de reojo, fijamente. Aunque estaba sentado en una silla, apoyaba la espalda contra la pared de la ventana, las piernas estiradas hasta apoyarse en otra que estaba un poco más alejada.

Di una nueva calada a mi cigarro y expulsé el humo apuntando hacia el techo. Observé como su rostro se perdía entre esa cortina gris y noté una extraña sensación de familiaridad.

Así. Así era como mejor lo recordaba: gris, difuso, ondeante, cancerígeno…

Cuando ese velo se disipó me topé de nuevo con algo más fuerte que esos recuerdos que había marginado en una celda aparte de la memoria: a él, tan real y alcanzable que irónicamente sólo podía pensar que aquello se trataba de una especie de sueño macabro.

Apoyé mi brazo sobre el otro, tendido sobre la mesa, el cigarro peligrosamente situado cerca de mi hombro desnudo, y volví de nuevo la vista hacia la ventana. Prefería no mirarlo demasiado. No quería acostumbrarme a la posibilidad de tenerlo de nuevo para mí. Sabía que no sería por mucho tiempo.

- ¿Y qué sacaré con eso?- pregunté, sin darle emoción alguna a mi voz. De tantas, ¿cuál plasmaría?

- ¿Sacas algo no haciéndolo?- rebatió él.

Seguía sin mirarlo, pero podía escuchar el sonido de la lata girar cuidadosamente sobre la mesa. La cerveza se agitaba contra las paredes de hojalata como una marea en su momento más tranquilo. Mi estómago parecía estar imitando ese mismo movimiento, salvo que yo estaba prácticamente quieta.

- Mi orgullo seguiría intacto.- respondí con franqueza, llevándome el cigarro a los labios.

- Tu orgullo.- sonrió. No había si quiera un ápice de sarcasmo en su voz. Más bien, se burlaba.

Alargó una mano y me quitó el cigarro de los labios para llevarlo a los suyos, consiguiendo así que volviera la vista hacia él. Sorprendida. Molesta. Frágil.
Bastaba un simple gesto de confianza entre nosotros para que me viera rendida frente a su jodido encanto natural, para dejar que toda esa fuerza física que emanaba de él de forma constante e inconsciente me atrapara sin opciones de escape. En realidad, no hacía nada para que a mí me temblaran las piernas como a una idiota y, sin embargo, debajo de esa mesa que nos separaba mis pies no podían pararse quietos.

Tenía que aceptarlo. Era esa clase de idiota cuyas extremidades se volvían de mantequilla frente a un hombre, un hombre como él, una araña que hilaba su red alrededor de mi cuerpo. Daba igual que consiguiera deshacerme de ella y volar en pos de la huida, al final, siempre volvía. De forma constante e inconsciente. Como si en realidad no hubiese escapado, sino que había sido él quien me había concedido unos diez minutos para descansar en el patio de su prisión.

Los ojos de la araña se volvieron hacía mí, sus cuatro pares mirándome con atención, atravesándome con ellos… como si el veneno estuviera ahí y no en sus mandíbulas.

- Tu orgullo…- repitió, dándole una honda calada al cigarro que me había quitado, soltando después el humo hacia un lado sin despegar en ningún momento los ojos de mí.- ¿Alguna vez has conseguido algo con eso?

- Me mantuvo entera.- le largué, orgullosa de haber encontrado una respuesta fácil, rápida y cierta.

- Entera…- coreó él, golpeando el cigarro sobre el cenicero hasta deshacerse de la ceniza ya consumida. Parecía aquello una representación de lo que estábamos hablando. Sus ojos se clavaron en mí.- No intacta.

Eso sí era dar un golpe certero en el lugar indicado y en el momento justo. Una estacada directa a una vieja herida sin cerrar, por muchas y desastrosas vendas que me había empeñado en ponerle encima para intentar hacerla desaparecer.

Extendió nuevamente la mano y dejó el cigarrillo entre mis labios entreabiertos en medio de esa mueca atónita y estúpida. Automáticamente, cerré la boca, di una ansiada calada y noté como ese veneno apaciguaba mis inquietudes y daba paso libre al enfado.

- ¿Qué quieres?- le espeté, clavando ahora mis uñas contra mis brazos.- Vuelves a la ciudad, te presentas aquí como si nada fingiendo que no hace un siglo que os fuisteis, me…

- El que nos acostáramos fue cosa de los dos. No lo presentes como si te hubiera atado a la cama.- me interrumpió él con una calma que incitaba a cometer asesinato.

Pero tenía razón, y eso lo ponía aún peor.

- ¿Acaso pretendías otra cosa cuando te manifestaste así en mi apartamento?- le recriminé, siendo plenamente consciente de que una acusación así carecía totalmente de sentido a esas alturas, aunque me gustaba creer que pensar así lo pondría más fácil para cuando volviera a irse y sería otra vez la misma mierda de siempre.

- Hasta hace unos minutos ni siquiera a ti te molestaba.

Otra vez tenía razón. Claro que no me molestaba. Hasta hace unos minutos, todo era perfecto. Hasta que empecé a pensar en lo que vendría ahora, hasta que medité en la más que probable repetición de los últimos meses de mi vida, echando a perder todo amago de estabilidad.

- ¿Por qué estás aquí?- interrogué, pretendiendo salir de la trampa que yo misma había cavado sin darme cuenta, en un acto de total cobardía y debilidad que maquillaba con frialdad y falsa cordialidad desinteresada.

- Me apetecía verte.- disparó, apuntando directamente al pecho.

Recibido el tiro, tiré al cenicero un destrozado y consumido cigarro que se había visto redimido ante la brutal e incontrolable fuerza de mi mano y no por el curso natural de su uso. Mis dedos eran los que estaban llenos de hojas de tabaco, pero parecía ser mi corazón el que recibió la colilla. Igual que en la canción de Placebo: mi corazón, mi cenicero.

Dura. Siempre dura… Mas de repente tenía ganas de echarme a llorar. Sólo el disfraz que había tejido durante todo ese tiempo fue lo único que me ayudó para que no decayera allí mismo en ese instante.

- Ahora soy un atractivo más de Londres…- sonreí, irónica, decepcionada, dolida.- Me refería a qué haces en la ciudad.- aclaré instantes después, más firme, volviendo a un terreno más tranquilo, uno que pudiera soportar.

- Ha terminado la gira y hemos vuelto.- bebió de su cerveza y bajó la vista hacia mí una vez dio un sorbo.- Todos.- enfatizó aquella última palabra, recordándome aquello con lo que había comenzado esa conversación.

“Deberías ir a verla”. Lo dudaba mucho.

- Y sólo tú tienes la cara de venir a verme.- dije, quitándole la cerveza de las manos para dar también un trago.

Él sonrió, de lado, y se puso de pie. Sin decir nada, volvió a la habitación a por el resto de su ropa.

¿Ahora se iba?

Volvió a acercarse a la mesa una vez vestido y con la chaqueta colgada del brazo. De un bolsillo de su chupa sacó un papel que dejó, doblado en dos partes, sobre la mesa.

- Nos estamos quedando ahí.- me informó.

- ¿En serio crees que iré?

Se encogió de hombros, y después dijo:

- Vendré por ti.

Alcé las cejas, en actitud escéptica.

- ¿Qué pretendes decir con eso? ¿Crees que por lo que ocurrió anoche todo ha vuelto a la normalidad entre nosotros?

- Creo sólo en lo que ocurrió, y ya está.- se puso la chaqueta, sacando el cuello de un tirón.- Tu orgullo y mi estupidez no atienden a razones. ¿Por qué buscar el modo en que entiendas por qué he venido?

- Pónmelo fácil: ¿Por qué has venido?

Sonrió, irónico. Entonces se inclinó repentinamente sobre la mesa, su rostro cerca del mío, una mano aferrándose a mi hombro. Sus ojos se clavaron en mis pupilas, traspasándome con esa mirada hasta hacerme sentir más desnuda de lo que ya estaba.

- Así, no me creerías.

Puse los ojos en blanco, cansada. No quería darle importancia al hecho de tenerlo de nuevo tan cerca.

- ¿Y eso qué se supone que significa?

Besó mis labios.

- Que volveré.


-------------

¿Padeces ahora de un sentimiento de "ganas de matar aumentando" y no un profundo y largo "ooooooooh"? Eres inteligente, ya lo sabes.

About This Blog

Lorem Ipsum

  © Blogger template Sunset by Ourblogtemplates.com 2008

Back to TOP